A veces estamos tan preocupados por el árbol tambaleante que
tenemos enfrente que no vemos el bosque que se abre detrás. Vivimos
constantemente requeridos por los avatares de lo cotidiano sin pensar que lo
que sucede se inscribe en algo mucho mayor: el mundo en que vivimos. Vivimos en
un mundo posmoderno.
La posmodernidad no es una corriente filosófica. No es un
"ismo": es un rasgo de nuestra civilización contemporánea que se
manifiesta en todos los aspectos de la sociedad, desde el arte hasta la
política, pasando por la vida cotidiana. Se la ha definido como la condición
del ser en las sociedades post-industriales que han desplazado la preeminencia
del sector productivo por el de servicios.
Pero ¿qué es realmente? ¿De dónde viene? ¿Cómo impacta en
nuestra vida sin que nos demos cuenta? Todo arrancó a mediados del siglo XX:
los descubrimientos sobre el universo subatómico hicieron que el gran paradigma
moderno entrara en crisis, socavando los propios fundamentos de la racionalidad
moderna. Más de medio siglo tardaron los descubrimientos científicos de Werner
Heisenberg (principio de incertidumbre, indeterminismo) y Einstein
(relatividad) en ser tomados por la sociedad en su conjunto, imponiendo nuevas
interrogantes, no ya solo sobre el hombre y su condición, sino sobre la
existencia misma, sobre la "realidad". Podríamos decir que la
"disolución" del átomo disolvió el paradigma moderno, tal como los
descubrimientos renacentistas disolvieron el mundo medieval.
Empieza entonces a desmembrase el paradigma racionalista,
cartesiano, y se abre un tiempo de incertidumbres. Esa incertidumbre, esa
ambigüedad, esa indeterminación son características esenciales del "estado
de cosas" posmoderno.
La modernidad se había construido sobre sólidos cimientos
"probados científicamente", que ahora explotaban por los aires
dejando al hombre perplejo, perdido su marco referencial. Dicho de otra forma:
el hombre ya no entiende dónde está parado. Lo que siempre creyó ya no es
cierto, y el futuro es una gran interrogante.
Gianni Vattimo, creador de la teoría del "pensamiento
débil", dice que es como "vivir sin una noción de la historia como
progreso", que era propia de la concepción moderna del mundo. Al caer los
viejos paradigmas, "las sociedades han perdido el sentido de su destino,
creen que el devenir no tiene finalidad; por eso, en lugar de prepararse para
el futuro, se interrogan sobre las condiciones de su representación, su
espacio, su tiempo". Dirían tanto Jean François Lyotard como Jean
Baudrillard que es una especie de "clausura de la sociedad en favor del
individuo y la subjetividad". Esta es una de las claves para entender la
posmodernidad: la negación del futuro, el imperio del "aquí y ahora",
en una franca actitud hedonista y a la gloria del bienestar.
Así, tras cierto tiempo, sobreviene un período de crisis
ideológico-política, en que las viejas "recetas" parecen no dar
resultado, la tan ansiada felicidad colectiva es cada vez más una quimera, y se
impone la consigna "sálvese quien pueda". El individualismo del tipo
"hacé la tuya" es otro de los rasgos característicos del
posmodernismo.
Lo posmoderno es lo fugaz, lo contingente, lo transitorio,
lo nuevo, lo joven, lo individual, lo original. Es decir, los valores que
imperan hoy en la sociedad globalizada.
El estado de cosas posmoderno es el caos, lo relativo, lo
incierto, condición substancial del nuevo modo de vivir la realidad. Las
teorías se "ablandan" y las verdades se debilitan hasta desaparecer.
Al pensamiento posmoderno también se le llama
"pensamiento débil", por su permeabilidad. Sin embargo, la fortaleza
del "pensamiento débil" está en su infinita capacidad de adaptación,
de "esponja", de nomadismo y "vagabundeo" como diría Michel
Maffesoli. Es capaz de fagocitar casi todo, y por eso mismo es tan difícil
imaginar una salida, puesto que toda innovación que aparezca es tragada por un
sistema de pensamiento que puede albergar casi cualquier cosa en sus entrañas
elásticas.
POSMODERNISMO ARTÍSTICO
En el arte (signo como siempre del estado de cosas), una vez
decretado el "fin de la Historia", la Historia del Arte se transformó
en simple "memoria visual" de donde el artista puede tomar las partes
que le interesen, conformando un pastiche con ellas. De ahí quizás tantos
"neos" y reciclajes, sin metas ni caminos ni objetivos, solo con la
certeza de que se está en una ruta.
Arthur C. Danto afirma que el fin de la gran narrativa del
arte occidental estuvo sellado cuando Andy Warhol, con sus cajas de jabón
Brillo, llega a plantearse la pregunta correcta acera de la esencia de una obra
de arte: ¿Qué es lo que hace de un objeto una obra de arte? Ya que
aparentemente no habría diferencia entre esa caja de jabón y las de los
supermercados. Más allá de la respuesta, el solo hecho de plantearse la
pregunta implica el fin del arte tal y como se entendía hasta entonces.
La noción de "fin del arte" está inspirada en
observaciones (quizás mal entendidas) de Hegel en su "Estética"
respecto a las fases de desarrollo del Espíritu Absoluto: "El arte nos
invita a la contemplación reflexiva, pero no con el fin de producir nuevamente
arte, sino para conocer científicamente lo que es el arte, la naturaleza del
arte mismo". Los críticos y artistas retoman estas viejas cuestiones. Así
como los científicos nos muestran que la materia no es lo que creíamos, en el
arte esto se traduce como un cuestionamiento de la realidad misma del arte. Así
se "decretó" el fin del modernismo. Con la llegada de la filosofía al
arte, quizás con el arte conceptual como máximo exponente, lo visual se empobreció,
puesto que apareció como tan poco relevante para la esencia del arte como antes
había sido lo bello.
Danto dice que preguntas como "¿Qué es lo que hace de
un objeto una obra de arte?" solo pudieron plantearse en el momento
"posthistórico" del arte, con una respuesta contundente: "Una
definición filosófica del arte debe ser compatible con cualquier tipo de
arte", señala Danto. Esto significa entonces que no puede haber ninguna
dirección artística que el arte pueda tomar a partir de este punto. Es decir
que "todo es arte"; basta que exprese la voluntad creadora individual
y que tenga un bonito discurso artístico-filosófico justificativo.
De hecho, es arte todo aquello que se exponga en un museo o
galería. El arte puede ser lo que quieran los artistas y los patrocinadores,
puesto que en el posmodernismo "no hay verdades".
El "manifiesto artístico", tan típico del arte
moderno, resulta entonces obsoleto, por "colectivo" y por proponer
"verdades" artísticas que, en tanto verdades, ya no tienen valor. Lo
más emblemático del posmodernismo es que no hay un arte más verdadero que otro.
Todo arte es, igualmente e indiferentemente, arte. Lo característico de la
época "posthistórica" es un pluralismo estructural sin precedentes.
Ese tipo de pluralismo instaura una Babel artística nunca vista.
El posmodernismo no puede ni quiere señalar la posibilidad
de una dirección narrativa. Hemos visto una vertiginosa aparición de estilos
que se suceden. Aun más: ya no podemos, a ciencia cierta, hablar de estilos,
sino apenas de tendencias, donde muchas no son sino relecturas o derivaciones
de los ismos vanguardistas pero vaciadas de contenido ideológico, en una
sociedad teñida por una permisividad crítica desconcertante, ya que si no
tenemos elementos para señalar lo que es arte, entonces "todo vale".
Proliferan los "neos" (neoexpresionismo, neofiguración, neoabstracto,
neodadá, neoconceptual, neogeo, neobarroco, deconstrucción, apropiacionismo,
etc.). Un eclecticismo donde la "línea fría" se alterna con el
expresionismo más incendiario, lo figurativo y lo abstracto se mezclan en un
cambalache global.
El posmodernismo propone en definitiva pensar y vivir sin
paradigmas (lo que, naturalmente, es una quimera). En el posmodernismo no
existe una visión totalizadora del hombre, del mundo y de sus problemas, sino
retazos, visiones parciales y coyunturales, y es probable que persistan hasta
el momento en que emerja un nuevo paradigma cuya capacidad explicativa sea tan
abarcadora (tal como fue el paradigma moderno en su momento) que el consenso
colectivo se imponga, generando nuevas nociones, ahora sí, divorciadas de las
anteriores.
El televisor es el objeto posmoderno definitivo. Nuestro
cuerpo, nuestra mente y todo el universo circundante se convierten en
espectáculo instantáneo, fugaz, donde se exaltan todos y cada uno de los
valores posmodernos, imponiendo así el paradigma de los que pretenden vivir sin
paradigmas y demostrando lo contradictorio de esa propuesta. Pero el
posmodernismo, gracias a su "todo vale", no tiene problema alguno en
aparecer como contradictorio.
Sin embargo, desde hace algunos años hay voces que desde el
arte están empezando a cuestionar este modelo. Pero lo cierto es que el poder
de los centros de decisión artística es tal que esas voces resultan rápidamente
acalladas.
POSMODERNISMO POLÍTICO
En la política sucede exactamente lo mismo. La política
moderna pretendía implementar objetivos universales como los de libertad,
igualdad, justicia. Pretendía subvertir los mecanismos de dominación, ya sea de
los burgueses frente a la monarquía absoluta o del proletariado frente al
capitalismo burgués. Tanto la declaración "universal" de derechos
francesa, como la revolución norteamericana proclamaban verdades
"evidentes a la luz de la razón". A su vez, Marx proponía derrocar la
dominación burguesa para imponer un modelo de solidaridad.
Estas grandes visiones de emancipación de la modernidad son
valoradas por el posmodernismo como grandilocuentes, totalizadoras e
ineficaces. La lucha por los derechos y libertades colectivas ha sido
sustituida por grupos que luchan por defender sus propios intereses
particulares. El gran proyecto marxista fue suplantado por luchas focalizadas y
locales con metas modestas y las más de las veces reformistas.
El cinismo y la ironía son las respuestas posmodernas para
quienes quisieran la emancipación y la transformación social. Con la excusa del
fin de átomo, del fin del arte, se declaran al mismo tiempo el fin de la
historia y de las ideologías, porque son parte fundacional de la era moderna
que "ya fue".
Baudrillard caracteriza esto como "un gigantesco
proceso de pérdida de sentido, que ha conducido a la destrucción de todas las
historias, referencias y finalidades"
Lo que nos queda por hacer es acomodarnos al tiempo que nos
queda, que es presente continuo y sobre todo nos invita a "hacer la
nuestra".
El mundo posmoderno tiene un look amigable, proponiendo al
individuo como centro de toda realidad, a lo nuevo y original como colmo del
éxito, al joven como prototipo, a la tolerancia de toda diferencia como valor
central (forma imprescindible para acallar cualquier tipo de debate, ya que
"todo el mundo tiene derecho a pensar lo que quiera" y todo
pensamiento es tan válido como el otro, puesto que no hay más verdades
definitivas), pero paradójicamente implica el desplome de toda narrativa
posible, imponiendo un modelo "globalitario" (globalizado y
totalitario) de mercado que aparece como la única realidad posible.
Y así iba el mundo, amigos. Hasta hace poco.
Tras años de "fin de las ideologías" y de
"fin de la historia", el año pasado se empezaron a constatar enormes
cambios a nivel simbólico en el seno, justamente, de las sociedades más
"posmodernas".
Bastó una crisis económica. En Europa inundan las ciudades
millones de banderas rojas y de antiguos símbolos que creíamos perimidos. Uno
podía pensar, y quizás con razón, que esos símbolos (la hoz y el martillo, el
puño cerrado, la Internacional, etc.) estaban imbuidos de connotaciones
negativas y remitían a un pasado no tan glorioso y no al futuro, por lo que, de
haber nuevos movimientos político-sociales, sería sobre la base de nuevos
símbolos. Pues no.
Como marea roja se filtran desde la tierra a través de los
adoquines de las viejas calles. Ver las viejas banderas en manos de veteranos,
como si fueran veteranos y veteranas de guerra, que de golpe, tuvieran 30 años
menos no es tan extraordinario como verlas en manos de millones de jóvenes que
las recogen y las vuelven radiantes con su mirada fresca. Y junto a ellos
obreros, precarios, desocupados, de a miles, de a millones. Quizás sea aun más
extraordinario ver los viejos símbolos en manos tanto más delicadas que las del
obrero, en manos de tantos intelectuales, científicos, artistas, ingenieros, pequeños
empresarios, abogados...
Algo está cambiando a nivel simbólico, y no creo que tenga
aún el análisis que corresponde. Los viejos símbolos nunca fueron el problema;
el problema era lo simbolizado. Hasta ayer simbolizaba, o bien el estalinismo,
o bien, para el progresismo, un cúmulo de buenos valores, prestigio histórico
ganado en la guerra, pero aferrados al pasado, arcaicos, trasnochados. Es
decir, parte del viejo paradigma moderno totalmente superado en el mundo
contemporáneo.
Hoy esos mismos símbolos vuelven a significar lo mismo que
antes, lo mismo que al principio: un cambio de sistema, la superación del
capitalismo, posible, responsable y mañana, más lejos de la utopía y más cerca
de la cotidianeidad. No es tan insólito que estas ideas reaparezcan: lo
insólito es que no hayan sustituido la hoz y el martillo por una computadora y
un celular.
Esos símbolos son un lazo con la historia, una voluntad de
continuidad que es, justamente, lo que desestimula el posmodernismo con su
"aquí y ahora", con su sobrevaloración de lo nuevo y lo
"original".
Esta irrupción de la vieja simbología no fue fruto de una
decisión- Es algo que se dio en la práctica, naturalmente; tal vez no se dieron
cuenta de lo que estaban haciendo, pero los símbolos son más fuertes de lo que
se cree… Es quizás por ello mismo que están, una vez más, empezando a meter
tanto miedo a los poderosos del sistema.
Es inesperado escuchar la Internacional temblando en las
voces de 200 mil personas que vuelven a tomar la Bastilla. Los jóvenes que no
la saben tratando de seguir a los veteranos que de a poco la van recordando y
se van animando a sacarla, entre lágrimas que se mezclan con la llovizna fina…
Algo cambió.
Quizás algo de momento casi imperceptible. Pero la
"Historia", esa que los poderosos del posmodernismo hubieran querido
dar por muerta, se ha vuelto a poner en marcha. Podríamos decir que la
"historia" y la "ideología" no estaban muertas, estaba
sesteando nomás.
Aún es muy temprano para afirmarlo, pero asistimos quizás al
comienzo del fin del posmodernismo. Podían haber usado símbolos nuevos, pero
eso entonces se habría inscrito en la lógica de la novedad posmoderna, por lo
que no saldría de los marcos del paradigma posmoderno (ese que pretende no
tener paradigmas, pero cuya elasticidad no basta para dar cabida dentro de sí a
lo que está pasando).
Es posible que un grupo de jóvenes italianos hayan sido los
primeros en comprender qué es lo que está pasando, y para afirmarlo salieron a
la calle con un enorme cartel rojo en el que se lee "LA STORIA SIAMO
NOI": la Historia somos nosotros
Podríamos empezar a atar cabos sueltos, a relacionar las
voces que se alzan desde el arte contra el estado de cosas posmoderno con las
que se alzan en las calles retomando los símbolos históricos, entre otras
manifestaciones por el estilo en diferentes áreas. Quizás el mundo esté
empezando a tomar otro rumbo ahora mismo, ante nuestros ojos, pero aún es todo
muy fresquito para racionalizarlo, estudiarlo y teorizar al respecto. De
momento lo que sí se puede afirmar es que el posmodernismo empieza a mostrar
fisuras de importancia que había ocultado durante más de 30 años. Hoy podemos
decir que, pese a quien pese, esta "historia", "nuestra
historia", continuará...
PUBLICADO EN:
VADENUEVO Año 5 Nro 58, miércoles 3 de julio de 2013
Montevideo - Uruguay
https://www.vadenuevo.com.uy/index.php/the-news/2921-58vadenuevo04
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